Fabrice Fries

CEO de AFP (Agence France-Press)

Lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello. Ya no nos sorprende leer el macabro recuento de los periodistas asesinados en el ejercicio de sus funciones, ni enterarnos, a través de una investigación del colectivo Forbidden Stories, de que entre los más de 100 periodistas asesinados en Gaza, varios fueron claramente objetivos deliberados. Tampoco nos sorprende saber que cada vez más a menudo se dan instrucciones desde las redacciones para ocultar los brazaletes de prensa. A todos les parece normal que los presupuestos de seguridad aumenten exponencialmente en las empresas que practican el periodismo de campo.

Ya no nos sorprende enterarnos de que una de las primeras medidas del gobierno de Milei fue cerrar la agencia Télam y dejar a sus 700 empleados en la calle, ni tampoco leer que el diario La Nación perdió de la noche a la mañana todos sus ingresos publicitarios provenientes de las campañas de información gubernamentales. El desarrollo del “manual populista” ya no es una sorpresa para nadie: los medios, junto con los jueces, son su primera víctima.

Ya no nos sorprende escuchar sobre el asesinato de un periodista en México, cuyo nombre fue expuesto en las redes sociales, ni sobre el intento de suicidio de una periodista alemana acosada cibernéticamente por trolls de extrema derecha. Los periodistas ya se han acostumbrado a la idea de que todo lo que hayan publicado en el pasado será utilizado para desacreditarlos cuando llegue el momento.

Ya no nos sorprende que el “periodismo de los hechos” sea estigmatizado como una fachada de complicidad con el orden establecido, ni que a las empresas cuyo trabajo es hacer periodismo se les exija a veces elegir un bando, abandonando una neutralidad que, naturalmente, solo puede ser ficticia. La polarización socava la legitimidad de estas empresas, y lo peor es que este proceso de deslegitimación ya muestra resultados innegables.

El periodismo de nuestro futuro

Ya no nos sorprende el tono a menudo apocalíptico de algunas conferencias sobre los medios, ya sea hablando de los desiertos informativos que se están formando en el corazón de Estados Unidos, de las curvas de evolución de la confianza en los medios o de los despidos masivos, así como de las consecuencias de la transformación, impulsada por la inteligencia artificial, de los motores de búsqueda en motores de respuesta que desintermedian a los medios. Y ni hablar de la contaminación del ecosistema mediático por los sitios de “noticias baratas” generadas por inteligencia artificial.

Contraparte

Ya no nos sorprende que cada “noticia de última hora” tenga su contraparte en forma de información sacada de contexto, fabricada por completo o ligeramente alterada. Ya ningún evento parece escapar a que se le adhiera alguna teoría conspirativa. Las campañas de desestabilización se han vuelto tan comunes que rara vez son la portada de los medios. Lo mismo ocurre con los anuncios de la eliminación de cientos de miles de cuentas en las plataformas. La desinformación se ha vuelto masiva, cotidiana, y las empresas de periodismo de los hechos no han tenido otra opción que también ocuparse de lo falso, que ahora es una parte integral del ciclo informativo.

El periodismo importa: la alegría de la verdad compartida, el vínculo sagrado y los valores autoev

Lo que sí sorprende, sin embargo, es que esto no provoque más reacción. A menudo, lo que se destaca de los testimonios de los periodistas que han pasado por todas estas pruebas es cuánto se sienten solos, desamparados. Por ejemplo, ¿cuáles son las grandes voces que se alzaron tras la publicación de la investigación de Forbidden Stories? Busque bien, porque realmente no son muchas.

Así que, si el Día Mundial de las Noticias puede contribuir a generar conciencia, a provocar una reacción, incluso modesta, ¡viva el Día Mundial de las Noticias!